Tendemos a hablar de la inocencia como un rasgo
desafortunado que poseen ciertas personas. Rápidamente, la asociamos a
consecuencias algo desastrosas. Tales como el engaño, la manipulación y, por
consiguiente, el sufrimiento.
Tachamos de inocentes a quienes brindan su
confianza y son mal recompensadas. O a quienes pecan por exceso de buenas intenciones.
Ligamos estrechamente a la inocencia con la falta de experiencia vivida. Ya que
según un razonamiento practico, quien conoce no se deja engañar. En cambio, quien
carece de experiencia es un individuo inexperto, y por ende una victima
vulnerable ante la naturaleza caída del mundo.
Felizmente contamos con nuestra frase estrella…”
Piensa mal y acertaras”. Esta es la respuesta perfecta, e instrumento de
prevención a todo padecimiento seguro. Frente a esto adquirimos grandes cargas mentales.
Estas son la suspicacia, la desconfianza y los prejuicios.
Les cuento que no tiene por qué ser así.
Ser inocente no es una característica perjudicial.
Es en realidad un rasgo humano mediante el cual ofrecemos lo mejor de nosotros
al mundo. Desde la mente inocente actuamos con nobleza y
compasión, por lo que abrazamos el amor incondicional. El ser inocente no
ejerce malicia al relacionarse con su mundo interno, ni con su mundo externo.
No suena pernicioso, ¿verdad?
La inocencia no incapacita el reconocimiento de
las acciones malintencionadas, no alude al desconocimiento ni impide la
correcta expresión de la opinión. Más bien, facilita las conexiones, favorece
la empatía, abre paso a la amabilidad, conmueve al aprendizaje y fomenta el
ejercicio de la toma de decisiones benévolas. Pero lo más importante,
engrandece nuestros corazones.
“Desde la mente inocente actuamos con nobleza y compasión, por lo que
abrazamos el amor incondicional”
Seamos individuos inocentes, no ingenuos.
Conozcamos y experimentemos sin dejar de lado nuestra esencia bondadosa.
Tomemos decisiones sin perjudicar al resto, con una guía únicamente regida por
el amor. Esto no nos convierte en victimas de la sociedad, sino en individuos
de corazón abierto. Dejemos que nuestra inocencia nos guíe hacia la decisión más
consciente, virtuosa, benevolente y sabia.
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